La primera etapa de la meditación consiste en disipar las distracciones y lograr cierta claridad y lucidez mentales. Esto puede lograrse con un ejercicio sencillo de respiración.
Primero elegimos un lugar tranquilo para meditar y nos sentamos en la postura tradicional, con las piernas cruzadas una sobre la otra, o en cualquier otra posición que nos resulte cómoda. Si lo preferimos, nos podemos sentar en una silla. Lo más importante es mantener la espalda recta para evitar caer en un estado de somnolencia.
Mantenemos los ojos entreabiertos y enfocamos nuestra atención en la respiración. Respiramos con naturalidad a través de los orificios nasales, sin pretender controlar este proceso, e intentamos ser conscientes de la sensación que produce el aire al entrar y salir por la nariz. Esta sensación es nuestro objeto de meditación. Nos concentramos en él e intentamos olvidar todo lo demás.
Al principio, descubriremos que nuestra mente está muy ocupada y es posible que pensemos que la meditación la agita todavía más, pero, en realidad, lo que ocurre es que comenzamos a darnos cuenta del estado mental en que nos encontramos normalmente. Además, tenderemos a seguir los diferentes pensamientos que vayan surgiendo, pero hemos de intentar evitarlo y concentrarnos en la sensación que se produce al respirar.
Si descubrimos que nuestra mente se distrae con pensamientos e ideas, hemos de volver de inmediato a la respiración. Repetimos este ejercicio tantas veces como sea necesario hasta que la mente se concentre en la respiración.
Por lo general, podemos utilizar cualquier objeto virtuoso como objeto de meditación.
Si descubrimos que como resultado de familiarizarnos con un determinado objeto nuestra mente encuentra paz y bienestar, es señal de que es beneficioso. Si produce el efecto contrario, significa que es perjudicial y no nos conviene. También hay objetos neutros que no producen en la mente efectos favorables ni desfavorables.
Existen innumerables objetos virtuosos, pero los más importantes son los objetos de las veintiuna prácticas de meditación, desde la devoción al Guía Espiritual hasta la vacuidad, la naturaleza última de todos los fenómenos. Para una descripción detallada de estas prácticas, véase el Nuevo manual de meditación.
Al confiar en un Guía Espiritual cualificado, abrimos la puerta de la práctica de Dharma. Gracias a sus bendiciones, generaremos fe y confianza en nuestro adiestramiento espiritual y podremos lograr con facilidad las realizaciones de las etapas del camino. Por lo tanto, es importante meditar sobre la manera correcta de confiar en el Guía Espiritual.
Debemos meditar sobre nuestra preciosa existencia humana a fin de reconocer y apreciar la magnífica oportunidad para adiestrarnos en el Dharma de que ahora disponemos. Si apreciamos el gran potencial de nuestra existencia humana, no la echaremos a perder en actividades sin sentido.
Para vencer la pereza y asegurarnos de que nuestra práctica se mantiene pura y libre de motivaciones mundanas, hemos de meditar sobre la muerte y la impermanencia. Si practicamos el Dharma de corazón, lograremos realizaciones con facilidad.
La meditación sobre los sufrimientos de los renacimientos inferiores, la práctica sincera de refugio en las Tres Joyas, el evitar acciones perjudiciales y el ejercicio de la virtud nos protegen de caer en los reinos inferiores y nos garantizan que en vidas futuras obtendremos preciosos renacimientos humanos dotados de las condiciones necesarias para adiestrarnos en el Dharma.
Para generar de manera espontánea el deseo de alcanzar la liberación última o nirvana, hemos de meditar sobre los sufrimientos de los seres humanos y de los dioses. Este deseo, llamado renuncia, nos anima a completar la práctica de los caminos espirituales, los métodos propiamente dichos que nos conducen al logro de la liberación total.
También tenemos que meditar en el amor, la compasión y la bodhichita para reducir nuestra estimación propia y sentir verdadero afecto hacia todos los seres sintientes.
Con esta motivación pura hemos de adiestrarnos en la meditación para lograr la permanencia apacible, un estado de profunda concentración, y la sabiduría especial denominada visión superior. De este modo, podremos disipar nuestra ignorancia y eliminar las dos obstrucciones que nos impiden convertirnos en un Buda.